“Amarás al prójimo COMO A TI MISMO
“. En la misma cantidad, con la misma dedicación,
con la misma calidad, del mismo modo.
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Cuando se comienza a transitar el
camino espiritual, se busca la perfección en la vida. Se Trata de mejorar el
carácter, costumbres, ideas, alimentación, y hasta la vida social.
A veces, se hacen sacrificios
con el fin de alcanzar una vida más plena y feliz; sin embargo, muchas veces no
se llega al estado de éxtasis o plenitud que se anhela.
Es tanto que, la decepción
puede llevarnos a rechazar la disciplina que habíamos emprendido, o en el peor
de los casos, puede desmoralizarnos a tal punto de pensar que “El universo (Dios)
se ha olvidado de nosotros”.
El universo se puede asemejar a
una gran computadora: hay que saber presionar las teclas adecuadas para obtener
lo que se desea. Cuando no lo estamos haciendo, la computadora se detiene,
espera fría y silenciosamente la señal correcta.
Todo el mundo diciendo que hay
que deshacerse del ego, que hay que trascenderlo o transmutarlo, que el ego es
malo y todos sus sinónimos… sin embargo, hay alguien que afirma que hay que saber
ser muy del ego!
¿Por qué?
Primero voy a aclarar qué es “ser
del ego”, en mi opinión, porque las personas, en general, tienen medio demonizada
la palabra, y todo lo malo que se le pueda achacar a algo, aplica para el ego.
El ego se crea desde el más mínimo
pensamiento, y cuando nosotros- que no hemos tenido nunca relación con la
materia-, venimos a tenerla por primera vez, la mente
comienza a crear un primer pensamiento, entonces lo alimentamos con energía y
es ahí cuando cristaliza.
Recordemos que “antes
del primer pensamiento no existía ningún concepto”. Al cristalizarlo forjamos
la división. En nosotros el ego es la división y se produce porque implicamos
energías que crean naturalezas divisoras.
El individuo consciente e
inocente, no sabe nada de autorrealización, no sabe nada de bien y de mal, no
sabe nada de añadido y de genuino, en fin, no hay una relación con la materia.
El ego tiene dos acepciones:
en su versión correcta, la buena, es un interés significativo hacia sí mismo, y
eso no es nada malo, sino todo lo contrario: la desatención hacia uno mismo sí
que es mala. El abandono sí que es malo. La desidia, la apatía, la resignación…
esas sí que son malas.
La otra acepción del egoísmo es
menos buena, y se refiere a cuando esa gran atención hacia sí mismo elimina la
atención amorosa y el cuidado a los otros.
El equilibrio es amarse mucho a
sí mismo y aprender a amar mucho a los otros.
Lo interesante es desarrollar
con uno mismo la inagotable capacidad de amar, para saber amar más y mejor a
los otros porque el amor no tiene fin.
Que agradable es imaginar que
el amor es tan mágico que se multiplica por sí mismo, y mientras más entregas,
más tienes.
El “Ego” es “yo”, y no otra cosa, y no es nada
malo lo relacionado con “yo”.
El ego –tal como yo lo
interpreto y explico- no es malo.
No debemos olvidar que somos “Yoes”
individuales, aunque formemos parte de algo Universal; que la responsabilidad
que Dios nos dio al entregarnos la vida es que nos realizáramos (quiere decir
“hacernos realidad”) como personas individuales al mismo tiempo que como grupo.
Creo que es más acertado
repartir entre uno y los otros.
La idea que nos han inculcado a
muchos es que hay que pensar en el otro antes que en uno mismo, que hay que
sacrificarse por el otro, que hay que aceptar que el otro es como es y hace las
cosas porque las hace. Que hay que aceptar y perdonar al otro de antemano -cosa
que no se hace con uno mismo-. Y si no lo haces así, eres un egoísta. Y
“egoísta” es malo, muy malo.
Cada uno tiene la
responsabilidad de hacer de su vida un lugar radiante, de procurarse una
sonrisa que pueda contagiar a los otros, de conocer una felicidad y una
autoestima que los otros puedan tomar como modelo, de entregar a Dios al final
una vida que se ha sabido apreciar y se ha sabido cuidar.
Para las personas que siempre
se entregan a los otros incondicionalmente, que les dan prioridad absoluta en
su atención, que se sacrifican renunciando a sí mismas, se les sugiere que
conozcan –aunque sea breve o temporalmente- el otro extremo: el de la atención prioritaria a
sí mismas.
Sólo desde el
conocimiento de los dos extremos se puede averiguar cuál es el centro, el punto
medio; es decir, el equilibrio.
Recuerda: “Amarás al prójimo COMO A TI MISMO
“. En la misma cantidad, con la misma dedicación,
con la misma calidad, del mismo modo.
El día que comprendamos esto
con claridad, habremos dado un gran paso hacia la sabiduría, la justicia, la paz y el
verdadero amor.
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